En el año 1955, mientras realizaba una operación de
epilepsia, el neurocirujano canadiense Wilder Penfield estimuló una zona del
cerebro de su paciente que le provocó un sobresalto. “Estoy abandonando mi
cuerpo”, aseguró el sujeto mientras el médico estimulaba eléctricamente su giro
angular. Aquella fue la primera demostración de que muchas de las impresiones
supuestamente paranormales que experimentan algunas personas tienen una base
neurológica que puede explicar el fenómeno. Décadas de experimentos y estimulación
cerebral han llevado a los neurocientíficos a identificar las zonas del cerebro
y los procesos que entran en acción durante una de estas experiencias.
Abducciones, encuentros demoníacos, auras y demás experiencias místicas pueden
tener una explicación científica algo más prosaica pero no menos fascinante.
Éstas son algunas de las respuestas que da la neurociencia.
“Estoy en el techo”
“Si nos estimulan la corteza parietal derecha con un
electrodo (mientras estamos despiertos y conscientes)”, escribe el prestigioso
neurocientífico V. S. Ramachandran, “por un instante parecerá que flotamos
cerca del techo y veremos nuestro cuerpo abajo”. La experiencia de abandonar el
propio cuerpo no sólo está asociada con las vivencias cercanas a la muerte, el
consumo de algunas drogas como la ketamina o situaciones extremas como las que
viven los pilotos de caza, también ha sido recreada en el laboratorio. La clave
está en estimular una zona concreta del hemisferio derecho del cerebro conocida
como giro angular.
Siguiendo los pasos del pionero Wilder Penfield, el
neurólogo suizo Olaf Blanke, del Hospital Universitario de Ginebra, ha
comprobado los efectos de la estimulación de esta zona en alguno de sus
pacientes. En diciembre del año 2000, una mujer de 43 años llamada Heidi entró
en el quirófano del doctor Blanke para tratar de encontrar una solución a su
epilepsia. Como en otros muchos casos, los médicos colocaron decenas de
electrodos en su cerebro y los fueron activando alternativamente hasta llegar
al giro angular. La mujer se detuvo entonces y les dijo a los doctores que se
encontraba en el techo del quirófano y que veía su propio cuerpo desde allí
arriba. “Estoy en el techo”, exclamó, “estoy mirando hacia abajo, a mis
piernas. Les veo a los tres”.
En el año 2007, The New England Journal of Medicine publicó
una experiencia parecida a cargo de médicos británicos y holandeses. Una mujer
de 63 años aquejada de tinnitus (un ruido persistente en el oído) reportó que
estaba saliendo de su cuerpo cuando los electrodos estimularon su giro angular,
y que se encontraba a sí misma desplazada 50 centímetros por detrás de su
cuerpo y un poco a la izquierda. Las experiencias duraban alrededor de 17
segundos y se descartó cualquier efecto placebo.
¿Qué sucede durante estos breves períodos de tiempo en que
uno se siente fuera de su cuerpo? Los científicos aseguran que estas áreas del
cerebro están directamente relacionadas con la percepción que tenemos de
nosotros mismos, la orientación y el equilibrio vestibular. Una estimulación
del giro angular derecho puede alterar esta percepción y provocar esta especie
de ilusión de encontrarse fuera de uno mismo. ¿Y las personas que lo
experimentan sin estimulación “artificial” de la zona? “Una explicación del
fenómeno”, escribe Sandra Blakeslee en su libro “El mandala del cuerpo” (La
liebre de marzo, 2009), “es la alteración en el flujo sanguíneo. Grandes
arterias convergen cerca del giro angular dentro de nuestro cerebro. Si algo
comprime esta área, nuestras sensaciones corporales pueden llegar a
desorientarse. Podemos llegar a sentir que nuestro cuerpo está flotando sobre
la mesa de operaciones o la escena de un accidente de tráfico”.
Una luz al final del túnel
James Whinnery es cirujano de la Marina estadounidense y
lleva desde los años 70 realizando pruebas con pilotos de cazas. Para ello
utiliza una centrifugadora con un brazo de 15 metros y una pequeña cabina que
gira a toda velocidad y simula las fuerzas G que tienen que soportar los
pilotos durante el vuelo. Durante los últimos veinte años, Whinnery ha sometido
a la prueba a más de 500 pilotos para estudiar el fenómeno conocido como “black
out”, el momento en que el cerebro de los pilotos empieza a quedarse sin
oxígeno, se produce la visión de túnel y terminan perdiendo el conocimiento. De
los 500 pilotos, al menos 40 vivieron la experiencia de salir de su propio
cuerpo y algunos relatan experiencias parecidas a las cercanas a la muerte.
Durante las pruebas, los pilotos han llegado a alcanzar
hasta 12G durante unos instantes, cerca del límite que les provocaría la
muerte. Cada desmayo dura un promedio de entre 12 y 24 segundos y los pilotos
relatan experiencias parecidas a las que otros compañeros han vivido alguna vez
en vuelo: verse fuera del avión, sentado en un ala, o colocados junto encima de
la cabina mientras se ven a sí mismos desde arriba. Entre el 10 y el 15%
relatan experiencias similares a las cercanas a la muerte, con la
característica luz al final de un túnel.
Esta experiencia tan común entre las personas que han sobrevivido
a un accidente grave aún no tiene una explicación oficial, pero son muchos los
indicios que apuntan a que la respuesta está en el cerebro. Algunos
investigadores, como el doctor Richard Strassman, de la Universidad de Nuevo
México, aseguran que la glándula pineal segrega un alucinógeno natural llamado
Dimetiltriptamina (DMT) que produciría la experiencia del túnel y las visiones.
Otros, como el doctor Birk Engmann, de la Universidad de Leipzig, aseguran que
la ausencia de riego sanguíneo (anoxia) está detrás del carrusel de visiones
que se desatan en el momento que precede a la muerte. La sensación placentera o
de euforia, también descrita por los pilotos antes de los desmayos, se atribuye
a la segregación de sustancias como la dopamina o la serotonina, aunque aún no
está claro cuál es la respuesta exacta que está detrás de todos estas
experiencias.
La doctora Willoughby B. Britton, de la Universidad de
Arizona, ha hecho un estudio que plantea una tesis aún más atrevida. Para su
experimento tomó a 23 sujetos que habían tenido una experiencia cercana a la
muerte y un grupo de control sin experiencia ni ningún tipo de estrés
post-traumático. Tras escanear sus cerebros mientras dormían, descubrió que los
patrones de sueño de unos y otros eran muy diferentes y encontró que una parte
significativa (hasta un 20%) de los que habían visto la luz al final del túnel
mostraban el mismo patrón en el lóbulo temporal que los enfermos de epilepsia y
mayor actividad en la zona asociada con las vivencias místicas y religiosas. En
su opinión, estas diferencias son significativas e indican que la diferencia de
actividad en el lóbulo temporal tiene que ver con las alucinaciones generadas
durante las experiencias cercanas a la muerte.
¿Auras? ¿Energía? No, sinestesia
Si hacemos caso a los parapsicólogos, parece que los seres
humanos caminamos por la vida irradiando un halo de “energía vital” a nuestro
alrededor que ellos conocen como “aura”. Aparte de que la existencia del alma o
de los “chakras” no se sostiene empíricamente, la ciencia empieza a encontrar
otras posibles explicaciones a la percepción del fenómeno en algunas personas,
relacionadas con una propiedad del cerebro conocida como sinestesia. El grupo
de investigación de Neurociencia Cognitiva de la Universidad de Granada lo
define como “una facultad poco común que tienen algunas personas, que consiste
en experimentar sensaciones de una modalidad sensorial particular a partir de
estímulos de otra modalidad distinta”. Es decir, personas que ven una letra o
una nota musical y la asocian automáticamente a un color, entre otras
sensaciones.
Un estudio publicado en 2004 por el doctor Jamie Ward, de la
Universidad de Londres, documentaba el caso de una paciente capaz de
identificar auras de colores sobre las personas debido a un caso de sinestesia
emoción-color. A pesar de que ella no creía tener ningún tipo de poder
sobrenatural, identificaba las personas a las que conocía con un color
determinado y esta respuesta emocional le hacía ver un “aura” alrededor de
ellos cuando los tenía frente a sí. Algunos neurocientíficos se plantean si
este modo de sinestesia no puede estar detrás del fenómeno conocido durante
siglos como aura. De este modo, lejos de tener que ver con vagas energías y
espíritus indetectables, el aura tendría su origen en una peculiaridad del
lóbulo parietal de algunas personas.
En cualquier caso, cada vez que se ha sometido públicamente
a prueba la supuesta capacidad de uno de los autoproclamados “detectores de
auras” los resultados han dado la razón a los escépticos. El mago James Randi
llevó a uno de estos individuos a su programa y no fue capaz de asociar
correctamente las personas que se escondían detrás de un biombo con sus
respectivos halos energéticos. En otros casos, los supuestos videntes no han
sido capaces de saber siquiera que lo que se escondía detrás del biombo no era
una persona sino un maniquí.
Íncubos, abducciones y falsos recuerdos
Algunas de las experiencias esotéricas más conocidas tienen
como protagonistas a los llamados “visitantes de dormitorio”. Criaturas
demoníacas que poseen nuestro cuerpo, alienígenas que nos secuestran en mitad
de la noche y nos someten a todo tipo de pruebas o vejaciones. Afortunadamente,
si usted ha tenido una de estas experiencia parece casi descartado que sufra un
trastorno mental grave. Lo que indica la ciencia es que casi con total certeza
ha sido víctima de un episodio de “parálisis del sueño” y de una alucinación
hipnogógica.
Mientras dormimos, nuestro cuerpo queda parcialmente
paralizado, entre otras cosas, para evitar sobresaltos innecesarios y que nos
pongamos a dar pedales si soñamos que estamos subiendo el Tourmalet. En
ocasiones, en este estado “hipnogógico”, la persona recobra momentáneamente la
conciencia y sigue paralizado durante un buen rato. En este estado entre la
vigilia y el sueño se producen alucinaciones bien documentadas en los
laboratorios del sueño. La persona no se puede mover y siente que la trasladan
o que seres imaginarios la secuestran y manipulan. Aunque la víctima asegura
estar despierta y recordar todo lo que sucedía a su alrededor, los experimentos
demuestran que buena parte de los sujetos ni siquiera abre los ojos.
Estas alucinaciones han sido interpretadas de diferente
manera en función de la época y la cultura. Durante siglos, en Europa, las
víctimas de este fenómeno hablaban de visitas de íncubos y súcubos, o de brujas
que les llevaban a volar en plena noche. En China se interpreta como la visita
de un fantasma inoportuno, en Nigeria es un “demonio en tu espalda” y en
Turquía es una criatura que se sienta en el pecho y roba la respiración. En la sociedad
occidental, al cambiar los parámetros culturales, se cree que muchos de los
testimonios de supuestas abducciones alienígenas no son más que una
reinterpretación de este mito causado por la parálisis del sueño y por el
fenómeno de los “falsos recuerdos”.
Jesucristo en una tostada
La evolución de nuestro cerebro le ha llevado a desarrollar
algunas características muy peculiares pero esenciales para nuestra
supervivencia. Por un lado tiende a recopilar los fragmentos de información y a
completar los huecos, y por otro es especialmente bueno en el reconocimiento de
caras. Éstas y otras características explican un fenómeno conocido como
“pareidolia”, el que lleva a algunas personas a distinguir la cara de un santo
en las humedades del techo o los ojos y la boca del hombre en la Luna. Es
decir, vemos caras o patrones reconocibles donde sólo hay estímulos al azar.
Nuestra capacidad para juntar información e interpretarla
puede habernos proporcionado una ventaja evolutiva. Para explicarlo, siempre se
pone el ejemplo del hombre primitivo que ve varias manchas amarillas tras un
matorral y cuyo cerebro decide interpretar que detrás hay un tigre: es probable
que el que no reuniera la información a tiempo no consiguiera que sus genes
llegaran muy lejos. Por otro lado, la capacidad para reconocer caras frente a
cualquier otra disposición geométrica en el espacio, se ha comprobado
sistemáticamente en los bebés y tiene un componente innato.
De acuerdo con la neurociencia, el fenómeno psicológico de
la pareidolia está detrás de experiencias paranormales tan variadas como las
apariciones marianas, la visión de ovnis o las experiencias con fantasmas. Como
sucedía con las visiones de dormitorio, tendemos a interpretar estos sucesos en
función de unos patrones culturales que ya tenemos y que el cerebro utiliza a
modo de filtro. Este tipo de ilusiones no son solo visuales, sino también
auditivas. El famoso experimento del psicólogo Christopher French, que en
España emula con gran éxito el periodista Luis Alfonso Gámez, consiste en
reproducir un fragmento al revés de una canción de Led Zepelin ante un
auditorio. Cuando el experimentador da unas pautas para interpretarlo en
términos satánicos, nuestro cerebro ya no puede dejar de oírlo.
Todos estos fenómenos, y muchos otros, empiezan a ser
aclarados a la luz de la neurociencia y otras ramas experimentales. Aún queda
un largo camino por recorrer, pero el conocimiento de nuestro cerebro permitirá
algún día conocer perfectamente los mecanismos que nos llevan a extremos como
la visión de alienígenas, fantasmas y a generar todo tipo de supersticiones.
Hasta entonces, no podemos más que agarrarnos a lo que dicen los experimentos y
los hechos que se pueden probar en un laboratorio. Si existe algo real fuera de
nuestras propias imaginaciones, sin duda se investigará. Hasta entonces habrá
que descartar todo aquello que se mueve en esa difusa frontera que separa
nuestras creencias de las alucinaciones.
Publicado por Caalf
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