Nueva Delhi (PL) Cada piedra del Taj Mahal rinde tributo al amor, y la armonía distingue al Monumento construido entre 1631 y 1654 en Agra, estado indio de Uttar Pradesh, por el emperador musulmán Shah Jahan en memoria de su esposa Mumtaz Mahal.
El recinto de color blanco estimula los deseos de emprender la marcha y justo sobre el pórtico de entrada del Taj Mahal, una de las Nuevas Siete Maravillas del Mundo Moderno, se leen los versos del Corán que describen el paraíso y muestran su razón de ser.
En ese momento el viento susurra: "Lloraba un alma enamorada, lágrimas, dolor, pena, llanto, un corazón entona su triste canto; una mano, cansada, tras su ventana cerrada, y allí desde su palacio, desde su ventana, admira aquella lágrima blanca, poesía hecha arte, arte que la pasión arranca, para ti, mi amada, mi esposa, mi alma hermana".
El éxtasis embarga los sentidos de las personas acomodadas en los bancos del Jardín del Paraíso con la intención de admirar la silueta del sitio, considerado ejemplo de arquitectura mongola, una combinación de elementos islámicos, persas, indios y turcos.
Cada persona recibe el impacto de la obra, y la definición intrínseca del Taj Mahal es simple: honrar el amor.
Sha Jahan, de la dinastía mogola, conoció a la joven Arjumand en un bazar donde ella vendía cristales, y admirado por su belleza no fue capaz de dirigirle la palabra en un primer momento.
Perseguidos por los ejércitos de su padre el Emperador, por culpa de esa relación amorosa, tras dos esposas y cinco años desde aquel primer encuentro se unieron en matrimonio.
Arjumand pasó a ser conocida como Mumtaz Mahal o La elegida del palacio, y urante años ella fue su acompañante fiel en las campañas, y él la colmaba de regalos, detalles, flores y diamantes.
Tras la muerte del Emperador Jehangir, Sha Jahan ocupó el trono, pero dos años más tarde, en 1630, sobrevino la tragedia matrimonial.
La realidad se impone y en la actualidad -desde cualquier banco del jardín- las miradas se enmarcan en la sombra perfilada sobre las aguas del estanque, y entonces la imaginación sucumbe a la secuencia final.
En plena campaña militar en Burhanpur, el nuevo Emperador recibió la triste noticia de que el décimo tercer parto de su esposa se había complicado.
Mumtaz murió, y sin ánimos de vivir él se recluyó en el Fuerte Rojo de Agra, en la orilla izquierda del río Yamuna, y allí pasó encerrado los últimos años de su vida sin manejar en lo absoluto el Imperio, que cayó en manos de sus sucesores.
Frente al Fuerte Rojo de Agra, al otro lado del río, Sha Jahan mandó construir el más impresionante Mausoleo que jamás mente humana pudiera concebir.
Para su empresa utilizó los mejores constructores y obreros, las más fastuosas joyas y piedras preciosas, desvió el Yamuna para que el Taj Mahal pudiera reflejarse en sus aguas.
Hasta tal punto llegó su empeño que empleó 20 mil obreros y los materiales fueron transportados desde Marrana por más de mil elefantes.
La obra fue adornada en su interior y exterior con piedras preciosas traídas desde distintos puntos del mundo, lo cual llevó al Emperador a la ruina.
Su hijo mayor el príncipe Aurangzeb, tomó el trono y le permitió seguir con vida a cambio de quedar prisionero hasta el día de su muerte en el Fuerte Rojo del Agra, desde el cual podía mirar la tumba de su esposa.
En 1648 fue enterrada Mumtaz Mahal, y años después el cuerpo sin vida del propio emperador encontró reposo junto a su amada.
Hoy, dentro del Taj Mahal la verdadera cámara en la cual yacen ambos no está visible al público; sólo se tiene acceso a una primera cámara funeraria, con cristalerías de colores.
La visita es corta, y la imagen que siempre recordamos está en el exterior, y se hace obligatorio dirigir los pasos por el borde del estanque hasta el final, girar la mirada y dedicar esos minutos a admirar la estructura hasta la puesta
del sol en Agra.
* Enviada especial de Prensa Latina a la India
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