Por Anubis Galardy
La Habana, 6 mar (PL) Siempre tuvo la corazonada de que periodismo y literatura eran primos hermanos, parientes de un mismo linaje, y fiel a esa intuición el escritor colombiano Gabriel García Márquez comenzó a abrazar un oficio nunca abandonado hasta ahora.
Imagen de FotosPL
A los 85 años cumplidos lo sigue ejerciendo con la misma devoción, una envidiable dosis de sabiduría y talento, una mirada indagadora —irónica muchas veces—, y un espíritu reflexivo y abierto que le permite abordar la realidad en sus más variadas aristas.
De sus manos viajan a las del lector reportajes, crónicas y artículos, en los cuales cada acontecimiento es visto al derecho y al revés, desmenuzado, explorado en sus más íntimas costuras, calzado con el dato y la fuente precisos.
En su camino de la literatura al periodismo, y viceversa, descubrió que el parentesco más estrecho entre ambos fluía en el reportaje.
En los dos casos se trataba de contar una historia y atrapar al lector por las solapas sin dejarlo respirar hasta la última frase. Sólo con una diferencia inviolable y sagrada —explicó en una entrevista publicada en 1998 en el periódico La Nación, de Buenos Aires—: la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites.
Pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma. Aunque nadie lo sepa ni lo crea —argumentaba—. El reportaje me ha parecido siempre —añadía— el costado más útil y natural del periodismo porque "puede llegar a ser no sólo igual a la vida, sino más aún, mejor que la misma vida".
Del parentesco aludido tuvo una absoluta certeza en Bogotá, cuando la periodista Elvira Mendoza convirtió en reportaje una entrevista frustrada, con la declamadora argentina Berta Singerman, al describir las barreras y puertas sucesivas que esta le iba cerrando. La anécdota la narra en el primer tomo de sus memorias, Vivir para contarla.
No iban a pasar muchos años sin que comprobara en concreto tal hermandad de sangre —asegura en esa mirada tendida al pasado, con puntadas nostálgicas—. "Creo, hoy más que nunca, que novela y reportaje son hijos de la misma madre".
Gabo empezó a cultivar el periodismo a los 19 años en Cartagena de Indias, cuando se publicó su primera nota, el 21 de mayo de 1948, bajo el título de Punto y aparte. Allí, entre el olor de la tinta y el perfume áspero del plomo fundido, del papel enrollado en bovinas sobre las que durmió muchas veces, acunado por el "rumor de llovizna menuda de los linotipos", conquistó peldaño a peldaño su estatura de "reportero raso".
La más apreciable y codiciada, a su juicio, de lo que el llama el "mejor oficio del mundo". Fue un camino arduo, "subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones".
A esa cualidad de "reportero raso" se deben dos textos de excepción en que ambos géneros borran sus débiles fronteras para abrazarse sin una migaja de pudor. En cuyas fuentes han bebido y beben todos los periodistas que se precian de serlo.
Se trata de Relato de un náufrago, una historia que le puso en las manos el director de El espectador, Guillermo Cano —cuando ya parecía una página vieja, manoseada, trascendida—, para que le auscultara su corazón palpitante, y sacara a flote una verdad escondida que su instinto inderrotable de periodista astuto olfateaba.
Fue la tarde en que el marinero Luis Alejandro Velasco se presentó en la redacción para vender sus memorias que a esas alturas, por las infinitas versiones de la noticia, ya no le interesaban a ningún diario. Para todos no era más que "un pescado frío".
Después de 20 sesiones de seis horas con el protagonista de los hechos, Gabo supo que había que cocer la historia en otra "olla distinta", la del reportaje.
Velasco había caído al agua desde un destructor de la Armada colombiana, empujado por un golpe de ola y el lastre de la sobrecarga aumentado por el tráfico de equipos electrodomésticos. Durante 10 días interminables permaneció en una balsa hasta que el mar lo arrojó a una playa.
El diario El Espectador publicó el reportaje en una serie de 14 entregas, ilustradas con fotos, y puso en jaque al régimen de Gustavo Rojas Pinilla. A la postre se produjo el cierre del periódico. El resto lo conocen todos.
La noticia de la noticia
Puesto a recordar, García Márquez rememora con frecuencia la primera vez que le encomendaron redactar una nota, en El Universal de Cartagena de Indias, cuando Manuel Zabala tachó con su lápiz maestro, de punta a cabo, mientras la reescribía entre los espacios en blanco. Entonces el oficio se aprendía —cuenta en sus memorias— al pie de la vaca.
Igual le ocurrió con la segunda nota y con otras sucesivas que aparecían sin firma. Él estudiaba a fondo cada palabra sustituida. Así hasta que no hubo más frases tachadas. "Supuse que para entonces ya era periodista" —evoca.
Cuando el diario El Espectador lo envió a Europa, privado de los recursos tecnológicos de las grandes agencias cablegráficas, tuvo que arreglárselas para suplir la ausencia de inmediatez buscando ángulos de la noticia dejados a un lado por sus colegas.
Llevaba la misión de cubrir en Ginebra la llamada Conferencia de los Cuatro Grandes, en la que Dwight Eisenhower (Estados Unidos), Anthony Eden (Gran Bretaña), Nikita Krushov (Unión Soviética), y Edgar Faure (Francia) tratarían de amarrar en 1955 los hilos de la coexistencia pacífica.
Se vio obligado entonces a preservar la originalidad de la información que quedaba a su alcance. Así lo señala Jacques Gilard, quien prologa y recopila el tercer tomo de su Obra periodística titulada Notas de prensa de Europa y América Latina.
Gabo tuvo que contar lo que le pasó a él y, al mismo tiempo, la historia de la noticia. Así logra preservar la originalidad y frescura de la información al desmitificar "la noticia de la noticia".
Estaba capacitado para hacerlo —dice Gilard— por su larga práctica del humor e incluso la forma peculiar en que había trabajado en Colombia el género del reportaje. Pero lo que hasta entonces había sido originalidad, se convertía en una necesidad en Europa.
Cuando El espectador cerró por presiones del régimen de Rojas Pinilla, Gabo vivió un paréntesis en Venezuela, donde colaboró en varias publicaciones. El regreso a su país —apunta Gilard— lo emprendió García Márquez, sin saberlo, bajo el signo de la Revolución cubana con la creación de Prensa Latina, una agencia de prensa que permitiría romper con una grave forma de dependencia: la del monopolio informativo de las grandes agencias internacionales, principalmente norteamericanas.
Al disponer de Prensa Latina —subraya—, la imagen de Cuba y la Revolución dejarían de ser lo que la ideología y los intereses de las metrópolis querían que fuera y se abriría paso la propia visión desprejuiciada de los cubanos. También desde Cuba —señala Gilard— se podría ofrecer otra visión del mundo, particularmente de América Latina, y divulgar, de esa manera, una imagen más auténtica.
Gabo, que viajó a La Habana en los albores de la Revolución, se convirtió en uno de los pioneros de este proyecto encabezado por el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti e impulsado por Ernesto Guevara.
Fue uno de los fundadores de la oficina de Prensa Latina en Bogotá, trabajó estrechamente con Masetti en La Habana y luego asumió la corresponsalía de Nueva York. De esa época y, sobre todo, de las complicidades de reportero audaz con Masetti y Rodolfo Walsh, ha dejado constancia en más de una crónica.
El periodismo es sin duda una de las sustancias nutricias de la literatura innovadora de Gabriel García Márquez, de su lenguaje tocado por la belleza y la transparencia del idioma, por la música interna de la palabra, el encadenamiento inusual de frases inmejorables. Gabo añadió "la épica del idioma a las épicas existentes", apunta, entre otras consideraciones, el escritor mexicano Carlos Monsivais.
Un elemento destacable es la maestría narrativa puesta en juego en todos los reportajes. Sirva como ejemplo Solo 12 horas para salvarlo, una historia construida a partir de hechos investigados hasta el fondo por el reportero y deslizada con un manejo insuperable del suspenso.
El periodista polaco Ryszard Kapuscinski, otro de los grandes del oficio, tras dejar constancia de la admiración que siente por sus novelas, expresó al valorar la obra rotunda de García Márquez: "Sus novelas provienen de sus textos periodísticos. Es un clásico del reportaje con dimensiones panorámicas, que trata de mostrar y describir los grandes campos de la vida o los acontecimientos. Su gran mérito consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura".
Volviendo a él una y otra vez en los intermedios de una novela y otra, sin traicionar nunca la presión de los cierres y las fechas de entrega, recurriendo a veces a los medios menos ortodoxos —auxiliado por sus amigos— para garantizar el cauce rápido de sus materiales hasta su destino, Gabo ejerce el periodismo con la devoción de un enamorado indefenso ante los embates amorosos.
Para él no hay medias tintas. El periodismo merece ser visto como lo que es —proclama—: un género mayor, como la poesía, el teatro y tantos otros. Desde que se asomó al mundo lo ha servido y ennoblecido de esa manera. No conoce otra.
La Habana, 6 mar (PL) Siempre tuvo la corazonada de que periodismo y literatura eran primos hermanos, parientes de un mismo linaje, y fiel a esa intuición el escritor colombiano Gabriel García Márquez comenzó a abrazar un oficio nunca abandonado hasta ahora.
Imagen de FotosPL
A los 85 años cumplidos lo sigue ejerciendo con la misma devoción, una envidiable dosis de sabiduría y talento, una mirada indagadora —irónica muchas veces—, y un espíritu reflexivo y abierto que le permite abordar la realidad en sus más variadas aristas.
De sus manos viajan a las del lector reportajes, crónicas y artículos, en los cuales cada acontecimiento es visto al derecho y al revés, desmenuzado, explorado en sus más íntimas costuras, calzado con el dato y la fuente precisos.
En su camino de la literatura al periodismo, y viceversa, descubrió que el parentesco más estrecho entre ambos fluía en el reportaje.
En los dos casos se trataba de contar una historia y atrapar al lector por las solapas sin dejarlo respirar hasta la última frase. Sólo con una diferencia inviolable y sagrada —explicó en una entrevista publicada en 1998 en el periódico La Nación, de Buenos Aires—: la novela y el cuento admiten la fantasía sin límites.
Pero el reportaje tiene que ser verdad hasta la última coma. Aunque nadie lo sepa ni lo crea —argumentaba—. El reportaje me ha parecido siempre —añadía— el costado más útil y natural del periodismo porque "puede llegar a ser no sólo igual a la vida, sino más aún, mejor que la misma vida".
Del parentesco aludido tuvo una absoluta certeza en Bogotá, cuando la periodista Elvira Mendoza convirtió en reportaje una entrevista frustrada, con la declamadora argentina Berta Singerman, al describir las barreras y puertas sucesivas que esta le iba cerrando. La anécdota la narra en el primer tomo de sus memorias, Vivir para contarla.
No iban a pasar muchos años sin que comprobara en concreto tal hermandad de sangre —asegura en esa mirada tendida al pasado, con puntadas nostálgicas—. "Creo, hoy más que nunca, que novela y reportaje son hijos de la misma madre".
Gabo empezó a cultivar el periodismo a los 19 años en Cartagena de Indias, cuando se publicó su primera nota, el 21 de mayo de 1948, bajo el título de Punto y aparte. Allí, entre el olor de la tinta y el perfume áspero del plomo fundido, del papel enrollado en bovinas sobre las que durmió muchas veces, acunado por el "rumor de llovizna menuda de los linotipos", conquistó peldaño a peldaño su estatura de "reportero raso".
La más apreciable y codiciada, a su juicio, de lo que el llama el "mejor oficio del mundo". Fue un camino arduo, "subiendo poco a poco y con mucho trabajo por las escaleras de las diferentes secciones".
A esa cualidad de "reportero raso" se deben dos textos de excepción en que ambos géneros borran sus débiles fronteras para abrazarse sin una migaja de pudor. En cuyas fuentes han bebido y beben todos los periodistas que se precian de serlo.
Se trata de Relato de un náufrago, una historia que le puso en las manos el director de El espectador, Guillermo Cano —cuando ya parecía una página vieja, manoseada, trascendida—, para que le auscultara su corazón palpitante, y sacara a flote una verdad escondida que su instinto inderrotable de periodista astuto olfateaba.
Fue la tarde en que el marinero Luis Alejandro Velasco se presentó en la redacción para vender sus memorias que a esas alturas, por las infinitas versiones de la noticia, ya no le interesaban a ningún diario. Para todos no era más que "un pescado frío".
Después de 20 sesiones de seis horas con el protagonista de los hechos, Gabo supo que había que cocer la historia en otra "olla distinta", la del reportaje.
Velasco había caído al agua desde un destructor de la Armada colombiana, empujado por un golpe de ola y el lastre de la sobrecarga aumentado por el tráfico de equipos electrodomésticos. Durante 10 días interminables permaneció en una balsa hasta que el mar lo arrojó a una playa.
El diario El Espectador publicó el reportaje en una serie de 14 entregas, ilustradas con fotos, y puso en jaque al régimen de Gustavo Rojas Pinilla. A la postre se produjo el cierre del periódico. El resto lo conocen todos.
La noticia de la noticia
Puesto a recordar, García Márquez rememora con frecuencia la primera vez que le encomendaron redactar una nota, en El Universal de Cartagena de Indias, cuando Manuel Zabala tachó con su lápiz maestro, de punta a cabo, mientras la reescribía entre los espacios en blanco. Entonces el oficio se aprendía —cuenta en sus memorias— al pie de la vaca.
Igual le ocurrió con la segunda nota y con otras sucesivas que aparecían sin firma. Él estudiaba a fondo cada palabra sustituida. Así hasta que no hubo más frases tachadas. "Supuse que para entonces ya era periodista" —evoca.
Cuando el diario El Espectador lo envió a Europa, privado de los recursos tecnológicos de las grandes agencias cablegráficas, tuvo que arreglárselas para suplir la ausencia de inmediatez buscando ángulos de la noticia dejados a un lado por sus colegas.
Llevaba la misión de cubrir en Ginebra la llamada Conferencia de los Cuatro Grandes, en la que Dwight Eisenhower (Estados Unidos), Anthony Eden (Gran Bretaña), Nikita Krushov (Unión Soviética), y Edgar Faure (Francia) tratarían de amarrar en 1955 los hilos de la coexistencia pacífica.
Se vio obligado entonces a preservar la originalidad de la información que quedaba a su alcance. Así lo señala Jacques Gilard, quien prologa y recopila el tercer tomo de su Obra periodística titulada Notas de prensa de Europa y América Latina.
Gabo tuvo que contar lo que le pasó a él y, al mismo tiempo, la historia de la noticia. Así logra preservar la originalidad y frescura de la información al desmitificar "la noticia de la noticia".
Estaba capacitado para hacerlo —dice Gilard— por su larga práctica del humor e incluso la forma peculiar en que había trabajado en Colombia el género del reportaje. Pero lo que hasta entonces había sido originalidad, se convertía en una necesidad en Europa.
Cuando El espectador cerró por presiones del régimen de Rojas Pinilla, Gabo vivió un paréntesis en Venezuela, donde colaboró en varias publicaciones. El regreso a su país —apunta Gilard— lo emprendió García Márquez, sin saberlo, bajo el signo de la Revolución cubana con la creación de Prensa Latina, una agencia de prensa que permitiría romper con una grave forma de dependencia: la del monopolio informativo de las grandes agencias internacionales, principalmente norteamericanas.
Al disponer de Prensa Latina —subraya—, la imagen de Cuba y la Revolución dejarían de ser lo que la ideología y los intereses de las metrópolis querían que fuera y se abriría paso la propia visión desprejuiciada de los cubanos. También desde Cuba —señala Gilard— se podría ofrecer otra visión del mundo, particularmente de América Latina, y divulgar, de esa manera, una imagen más auténtica.
Gabo, que viajó a La Habana en los albores de la Revolución, se convirtió en uno de los pioneros de este proyecto encabezado por el periodista argentino Jorge Ricardo Masetti e impulsado por Ernesto Guevara.
Fue uno de los fundadores de la oficina de Prensa Latina en Bogotá, trabajó estrechamente con Masetti en La Habana y luego asumió la corresponsalía de Nueva York. De esa época y, sobre todo, de las complicidades de reportero audaz con Masetti y Rodolfo Walsh, ha dejado constancia en más de una crónica.
El periodismo es sin duda una de las sustancias nutricias de la literatura innovadora de Gabriel García Márquez, de su lenguaje tocado por la belleza y la transparencia del idioma, por la música interna de la palabra, el encadenamiento inusual de frases inmejorables. Gabo añadió "la épica del idioma a las épicas existentes", apunta, entre otras consideraciones, el escritor mexicano Carlos Monsivais.
Un elemento destacable es la maestría narrativa puesta en juego en todos los reportajes. Sirva como ejemplo Solo 12 horas para salvarlo, una historia construida a partir de hechos investigados hasta el fondo por el reportero y deslizada con un manejo insuperable del suspenso.
El periodista polaco Ryszard Kapuscinski, otro de los grandes del oficio, tras dejar constancia de la admiración que siente por sus novelas, expresó al valorar la obra rotunda de García Márquez: "Sus novelas provienen de sus textos periodísticos. Es un clásico del reportaje con dimensiones panorámicas, que trata de mostrar y describir los grandes campos de la vida o los acontecimientos. Su gran mérito consiste en demostrar que el gran reportaje es también gran literatura".
Volviendo a él una y otra vez en los intermedios de una novela y otra, sin traicionar nunca la presión de los cierres y las fechas de entrega, recurriendo a veces a los medios menos ortodoxos —auxiliado por sus amigos— para garantizar el cauce rápido de sus materiales hasta su destino, Gabo ejerce el periodismo con la devoción de un enamorado indefenso ante los embates amorosos.
Para él no hay medias tintas. El periodismo merece ser visto como lo que es —proclama—: un género mayor, como la poesía, el teatro y tantos otros. Desde que se asomó al mundo lo ha servido y ennoblecido de esa manera. No conoce otra.
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