Antes de entrar en materia y deslizarnos por las profundas lecturas que impregnan estos temas de filosofía, dialéctica y materialismo es preciso que a modo de preámbulo digamos algo en relación a los trabajos de los padres del materialismo científico.
La obra teórica de
Marx y Engels es extensa y, como ocurre con casi todos los grandes pensadores,
no está exenta de una evolución.
Queriendo decir con esto que Marx a lo largo de su vida, en general,
mantuvo una línea de pensamiento coherente consigo misma, pero que con los años
fue enriqueciéndola.
A lo largo de más
de 150 años, han sido muchos los intelectuales, defensores del gran capital,
que han intentado demostrar, sin éxito, que Marx se equivocó en sus
planteamientos. Nosotros estamos entre
los que tienen seguro que el conjunto de la obra legada por Marx se
encuentra en plena vigencia, y pensamos que así lo han ratificado en no pocos documentos, los
estudiosos de el materialismo histórico. Entre otras razones, porque Marx no
sólo se dedicó al estudio de la sociedad de su tiempo, sino al descubrimiento
de las leyes mismas que presiden la sociedad capitalista, cualquiera sea su
etapa de desarrollo. Sus análisis y conclusiones son tan actuales o vigentes
tanto en la etapa de los albores del capitalismo.
<<Lo que de
por sí nos interesa, aquí, no es precisamente el grado más o menos alto del
desarrollo de las contradicciones sociales que brotan de las leyes naturales de
la producción capitalista. Nos interesan más bien estas leyes de por sí, estas
tendencias que actúan y se imponen con férrea necesidad. Los países
industrialmente más desarrollados no hacen más que poner delante de los países
menos desarrollados el espejo de su propio porvenir>> (K. Marx. Prólogo a
la primera edición de “El Capital”).
Tanta es la
vigencia de lo explicado por Marx, Engels y Lenin, que los escritos, con rigor científico, sobre la
realidad actual están plagados de citas de sus textos.
Los pensadores e
intelectuales que han estudiado seria y responsablemente el tema del materialismo histórico sólo han pretendido servir de muletas a aquellos que buscan la verdad científica a través del
Materialismo dialectico. Un análisis desprejuiciado de los fenómenos del capitalismo obliga a
pasar necesariamente por el Materialismo Histórico.
De ahí la necesidad de comprender los textos
de Marx y demás clásicos del materialismo histórico, como condición de su
aplicación correcta a la realidad a transformar, y de una práctica política
efectivamente conducente a esa transformación. Es imprescindible familiarizarse
con la terminología y sus correspondiente conceptos utilizados tanto en
filosofía, como en política, historia y economía política; más aún, es
necesario abordar el estudio de las obras cumbres del pensamiento marxista,
como es el caso de “El Capital”
Nuestro gran
maestro, el Profesor Juan Bosch,
sobre el materialismo dialectico ha
expresado lo siguiente: “(…) una cosa es la Dialéctica como ciencia, tal como
la describió Engels, y otra cosa es la Dialéctica como método para investigar
lo mismo los fenómenos naturales que la sociedad humana que el pensamiento del hombre. Como método de investigación la Dialéctica es lo que nos permite identificar o descubrir
a los contrarios que luchan en cada proceso, o mejor dicho, en el caso
concreto de cada proceso. La Dialéctica como método de investigación es lo que
nos permite saber cómo llevan los contrarios su lucha hacia adelante, o como la
llevaron en un pasado histórico determinado. En pocas palabras, el método
Dialectico si se usa correctamente, nos
permite comprender los acontecimientos histórico en toda su riquísima
complejidad(…) nos permite, en fin, ver
lo que se ve y ver lo que no se ve, el método dialectico de investigación nos
orienta con precisión hacia la verdad”
RAZÓN Y SINRAZÓN
Por Alan Woods y Ted Grant
(Este trabajo fue
escrito por los autores antes de finalizar el siglo pasado y fíjense ustedes
parece escrito ayer)
Vivimos en un
período de profundo cambio histórico. Después de cuatro décadas de crecimiento económico sin precedentes, la
economía de mercado está alcanzando sus límites. En sus inicios, el
capitalismo, a pesar de sus crímenes bárbaros,
revolucionó las fuerzas productivas, sentando así las bases para un
nuevo sistema de sociedad. La Primera Guerra Mundial y la Revolución Rusa
marcaron un cambio decisivo en el papel histórico del capitalismo. Pasó de
hacer avanzar las fuerzas productivas a ser un freno gigantesco al desarrollo
económico y social. El período de auge en Occidente entre 1948 y 1973 pareció anunciar
un nuevo amanecer. Incluso así, sólo se beneficiaron un puñado de países
capitalistas desarrollados; para el Tercer Mundo, dos tercios de la humanidad,
el panorama fue un cuadro de desempleo masivo, pobreza, guerras y explotación a
una escala sin precedentes. Este período del capitalismo finalizó con la
llamada “crisis del petróleo” de
1973-74. Desde entonces no han conseguido volver al nivel de crecimiento y
empleo logrado en la posguerra.
Un sistema social
en declive irreversible se expresa en decadencia cultural.
Esto se refleja de
diversas formas. Se está extendiendo un ambiente general de ansiedad y
pesimismo ante el futuro, especialmente entre la intelectualidad. Aquellos que
ayer rebosaban confianza sobre la inevitabilidad del progreso humano, ahora
sólo ven oscuridad e incertidumbre. El siglo XX se acerca a su fin habiendo
sido testigo de dos guerras mundiales terribles, del colapso económico en el
período de entreguerras y de la pesadilla del fascismo. Esto ya supuso una
seria advertencia de que la fase
progresista del capitalismo había terminado.
La crisis del
capitalismo no es simplemente un fenómeno económico, impregna todos los niveles
de la vida. Se refleja en la especulación y la corrupción, la drogadicción, la violencia, el egoísmo generalizado,
la indiferencia ante el sufrimiento de los demás, la desintegración de la
familia burguesa, la crisis de la moral, la cultura y la filosofía burguesas.
¿Cómo podría ser de otra manera? Uno de los síntomas de un sistema social en
crisis es que la clase dominante siente cada
vez más que es un freno al desarrollo de la sociedad. Marx señaló que
las ideas dominantes en una sociedad son las ideas de la clase dominante. En su
época de esplendor, la burguesía no sólo jugó un papel progresista al hacer avanzar
las fronteras de la civilización, sino que era plenamente consciente de ello.
Ahora los estrategas del capital están saturados de pesimismo. Son los representantes de un sistema
históricamente condenado, pero no pueden reconciliarse con esa situación. Esta
contradicción central es el factor decisivo que
pone su impronta sobre la actual forma de pensar de la burguesía. Lenin
dijo en una ocasión que un hombre al borde de un precipicio no razona.
Contrariamente a
los prejuicios del idealismo filosófico, la conciencia humana es en general
extraordinariamente conservadora y tiende siempre a ir por detrás del
desarrollo de la sociedad, la tecnología y las fuerzas productivas. Como
decía Marx, el hábito, la rutina y la
tradición pesan como una losa sobre las mentes de hombres y mujeres, quienes,
en períodos históricos “normales” y por instinto de conservación, se agarran
con obstinación a los senderos bien conocidos, cuyas raíces se hallan en un
pasado remoto de la especie humana. Sólo en períodos excepcionales de la
historia, cuando el orden social y moral empieza a resquebrajarse bajo el
impacto de presiones insoportables, la mayoría de la gente comienza a
cuestionar el mundo en que nació y a dudar de las creencias y los prejuicios de
toda la vida.
Así fue la época
del nacimiento del capitalismo, anunciado en Europa por un gran despertar
cultural y una regeneración espiritual tras la larga hibernación feudal. En el
período histórico de su ascenso, la burguesía desempeñó un papel progresista no
sólo por desarrollar las fuerzas productivas, que aumentaron enormemente el
control del hombre sobre la naturaleza, sino también por potenciar la ciencia,
la cultura y el conocimiento humano. Lutero, Miguel Ángel, Leonardo, Durero,
Bacon, Kepler, Galileo y un sinfín de pioneros de la civilización brillan como una galaxia que ilumina el
avance de la cultura humana y la ciencia, fruto de la Reforma y el
Renacimiento. Sin embargo, períodos revolucionarios como ése no nacen sin traumas
—la lucha de lo nuevo contra lo viejo, de lo vivo contra lo muerto, del futuro
contra el pasado—.
El ascenso de la
burguesía en Italia, Holanda y más tarde en Francia fue acompañado por un
florecimiento extraordinario de la cultura, el arte y la ciencia.
Habría que volver
la mirada hacia la Atenas clásica para encontrar un precedente.
Sobre todo en
aquellas tierras donde la revolución burguesa triunfó en los siglos XVII y
XVIII, el desarrollo de las fuerzas productivas y la tecnología se vio
acompañado por un desarrollo paralelo de la ciencia y el pensamiento, que minó
de forma decisiva el dominio ideológico de la Iglesia.
En Francia, el país
clásico de la revolución burguesa en su expresión política, la burguesía llevó
a cabo su revolución, en 1789-93, bajo la bandera de la Razón.
Mucho antes de
derribar las formidables murallas de la Bastilla era menester destruir en la
mente de hombres y mujeres las murallas invisibles pero no menos formidables de
la superstición religiosa. En su juventud revolucionaria, la burguesía francesa
era racionalista y atea. Pero una vez instalada en el poder se apresuró a tirar
por la borda el bagaje ideológico de su juventud, al verse enfrentada con una
nueva clase revolucionaria.
No hace mucho,
Francia celebró el bicentenario de su gran revolución.
Resultó curioso ver
cómo incluso la memoria de una revolución que tuvo lugar hace dos siglos
provoca un hondo malestar en las filas del establishment. La actitud de la
clase dominante gala hacia su propia revolución se parece a la de un viejo
libertino que pretende ganar un pase a la respetabilidad, y quizá la entrada en
el reino de los cielos, arrepintiéndose de los pecados de juventud que ya no
está en condiciones de repetir. Al igual que toda clase privilegiada
establecida, la burguesía intenta justificar su existencia no sólo ante la
sociedad, sino también ante sí misma. La búsqueda de puntos de apoyo
ideológicos que le sirvieran para justificar el statu quo y santificar las
relaciones sociales existentes le llevó rápidamente a volver a descubrir los
encantos de la Santa Madre Iglesia, particularmente después del terror mortal
que experimentó en tiempos de la Comuna de París.
La iglesia del
Sacré Coeur, en París, es una expresión concreta del miedo de la burguesía a la
revolución, traducido al lenguaje del filisteísmo arquitectónico.
Marx (1818-83) y
Engels (1820-95) explicaron que la fuerza motriz fundamental de todo progreso
humano reside en el desarrollo de las fuerzas productivas: la industria, la
agricultura, la ciencia y la tecnología. Esta es una generalización teórica
verdaderamente profunda, sin la cual la comprensión de la historia de la
humanidad resulta imposible. No obstante, esto no significa, como han intentado
demostrar los detractores deshonestos o ignorantes del marxismo, que Marx
“reduce todo a lo económico”. El materialismo dialéctico y el materialismo
histórico tienen plenamente en cuenta fenómenos como la religión, el arte, la
ciencia, la moral, las leyes, la política, la tradición, las características
nacionales y todas las múltiples manifestaciones de la conciencia humana. Pero
no sólo eso. También demuestran el contenido real de estos fenómenos y cómo se
relacionan con el auténtico desarrollo social, que en última instancia depende
claramente de su capacidad para reproducir y mejorar las condiciones materiales
para su existencia.
Sobre este tema,
Engels escribe lo siguiente:
“Según la
concepción materialista de la historia, el elemento determinante de la historia
es en última instancia la producción y la reproducción en la vida real. Ni Marx
ni yo hemos afirmado nunca más que esto; por consiguiente, si alguien lo
tergiversa transformándolo en la afirmación de que el elemento económico es el
único determinante, lo transforma en una frase sin sentido, abstracta y
absurda.
La situación
económica es la base, pero las diversas partes de la superestructura —las
formas políticas de la lucha de clases y sus consecuencias, las constituciones
establecidas por la clase victoriosa después de ganar la batalla, etc.—, las
formas jurídicas —y, en consecuencia, inclusive los reflejos de todas esas
luchas reales en los cerebros de los combatientes: teorías políticas,
jurídicas, ideas religiosas y su desarrollo ulterior hasta convertirse en
sistemas de dogmas— también ejercen su influencia sobre el curso de las luchas
históricas y en muchos casos preponderan en la determinación de su forma”.
A algunos les
parecerá una paradoja la afirmación del materialismo histórico de que en
general la conciencia humana tiende a ir por detrás del desarrollo de las
fuerzas productivas. Sin embargo encuentra una expresión gráfica en Estados
Unidos, el país donde los avances científicos han alcanzado su más alto grado.
El avance continuo de la tecnología es una condición previa para el
establecimiento de la verdadera emancipación de los seres humanos, mediante la
implantación de un sistema socioeconómico racional en el que ejerzan el control
consciente sobre sus vidas y su entorno. Aquí, el contraste entre el desarrollo
vertiginoso de la ciencia y la tecnología y el extraordinario atraso del
pensamiento humano se manifiesta de la manera más llamativa.
En EEUU, nueve de
cada diez personas creen en la existencia de un ser supremo, y siete de cada
diez en la vida después de la muerte. Cuando al primer astronauta
norteamericano que logró circunnavegar la Tierra en una nave espacial se le
invitó a dar un mensaje a los habitantes del planeta, hizo una elección
significativa. De toda la literatura mundial eligió la primera frase del libro
del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la Tierra”. Este hombre,
sentado en una nave espacial producto de
la tecnología más avanzada de toda la historia, tenía la mente repleta de las
supersticiones y los fantasmas heredados, con pocos cambios, desde los tiempos prehistóricos.
Hace 70 años, en el
notorio “juicio del mono”, un maestro llamado John T.
Scopes fue
declarado culpable de violar las leyes de Tennessee por haber enseñado la
teoría de la evolución. De hecho, el tribunal confirmó las leyes
antievolucionistas de dicho Estado, que no se abolieron hasta 1968, cuando el
Tribunal Supremo de EEUU dictaminó que la enseñanza de la Creación violaba la
prohibición constitucional de la enseñanza de la religión en la escuela
pública. Desde entonces, los creacionistas han cambiado su táctica e intentan
convertir el creacionismo en una “ciencia”. En este empeño gozan del apoyo no
sólo de un amplio sector de la opinión pública, sino también de bastantes
científicos dispuestos a ponerse al servicio de la religión en su forma más
cruda y oscurantista.
En 1981, los
científicos estadounidenses hicieron uso de las leyes del movimiento planetario
de Kepler para lanzar una nave espacial al encuentro con Saturno. El mismo año,
un juez norteamericano tuvo que declarar anticonstitucional una ley aprobada en
Arkansas que obligaba a las escuelas a tratar en pie de igualdad la mal llamada
“ciencia de la Creación” y la teoría de la evolución. Entre otras. Por razones de conveniencia, donde se cita la
misma obra varias veces seguidas hemos puesto el número de referencia al final
de la última cita. (1. Carta de Engels a
J. Bloch (21/9/1890), en Marx y Engels, Correspondencia, pp. 394-95.cosas, los
creacionistas exigieron el reconocimiento del diluvio universal como un agente
geológico primigenio. En el transcurso del juicio, los testigos de la defensa
expresaron una creencia ferviente en la existencia de Satanás y en la
posibilidad de que la vida hubiese sido traída a la Tierra a bordo de
meteoritos, explicándose la diversidad de especies por un tipo de servicio a
domicilio cósmico. Al final del juicio, N. K. Wickremasinge, de la Universidad
de Gales, afirmó que los insectos podrían ser más inteligentes que los humanos,
aunque “no sueltan prenda (...) porque les va estupendamente”
.El grupo de
presión fundamentalista religioso en EEUU tiene un apoyo masivo, senadores
incluidos, y acceso a fondos ilimitados. Embusteros evangelistas se hacen ricos
desde emisoras de radio con una audiencia de millones de personas.
Que en la última
década del siglo XX y en el país tecnológicamente más avanzado de toda la
historia haya un gran número de hombres y mujeres con educación, incluidos
científicos, dispuestos a luchar por la idea de que el libro del Génesis es
cierto palabra por palabra —que el universo fue creado en seis días hace aproximadamente 6.000 años— es de
por sí un ejemplo impresionante del funcionamiento de la dialéctica.
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